miércoles, 5 de febrero de 2014

La Muerte Niña y el derecho de estar tristes

 
    [...] De mis recuerdos de amaneceres en casas de pueblos
 son los insomnios causados por contemplar desde la cama
 las fotografías en tamaño gigante de niños muertos colgados en la pared[...]
                                                                        Dr.Tiberio Álvarez
 
 
 

 
El ritual de la Muerte Niña.

(Extractos del artículo de Menchu Gutiérrez "Un nombre borrado")


Es conocido el extraordinario ceremonial que rodea la relación del pueblo mexicano y sus difuntos. Menos familiar, entre nosotros, es el Ritual de la Muerte Niña: una antigua tradición católica que celebra una prodigiosa transformación: la del niño muerto en ángel. El niño, salvado del pecado original por el bautismo pero sin tener aún uso de razón, muere sin haber conocido la maldad del mundo ni el pecado; y así, según esta creencia, Dios, lejos de castigar a unos padres, en realidad les estaría haciendo un regalo, el de ahorrar al hijo los estragos de una vida condenada al sufrimiento.

En algunos museos mexicanos se exhiben retratos de estos difuntitos [...] vestidos con sus mejores galas, velas encendidas en las cuatro esquinas del pequeño lecho, que se ha adornado con flores, con encajes y objetos preciosos; niños cubiertos de perlas, engalanados con exquisitas tiaras, coronas e incluso cetros; unos, con los ojos cerrados; otros, con los ojos abiertos pero con la mirada fija en la muerte. Pocas personas podían costear el retrato de un niño muerto; y estos retratos que tenían como misión conservar la memoria de los angelitos, pertenecen claramente a familias de una clase social muy elevada. Sin embargo, al aparecer la fotografía en el siglo XIX, el ritual cobra una nueva dimensión, se podría decir que, de algún modo, se democratiza. Familias de campesinos, de personas humildes pueden acudir al estudio fotográfico para congelar esa imagen del velatorio que les procurará un consuelo y que, además, desea ser celebración.

   De hecho, todavía hoy, en algunos pueblos de México continúa celebrándose este ritual, en el que suena la música de los mariachis, se tiran cohetes, y adultos y niños juegan y bailan en torno al cadáver del niño que se vela durante toda la noche. En la extraordinaria colección de fotografías que se conserva de este ritual, la madre, el padre y, a veces, la familia completa se retratan junto al niño muerto, convertido en el motivo de un verdadero altar: de nuevo, infinidad de flores cubren casi por completo a los niños vestidos de blanco, a los ángeles recién nacidos. Niños muertos a una vida y nacidos a otra. Las fotografías son de una belleza aterradora, pero, más aún que de los difuntitos, el ojo de la cámara queda prendido de la imagen de los padres. El ritual les obliga a no mostrar tristeza: Dios les ha hecho un regalo; sin embargo, el dolor de la pérdida es desgarrador. El mariachi interpreta el vals Viva mi desgracia. Esta contradicción absoluta del sentir se traduce en una mirada perdida; o, más exactamente, el retrato de la madre o el padre muestra una mirada suspendida. Porque, más allá de la muerte del niño, asistimos a la suspensión de la vida de sus padres, anulados en la contradicción de sus sentimientos.

Aquí tenéis el artículo completo:


    Y ésto , que puede parecernos tan fuerte, no debería de asombrarnos tanto pues muchas veces somos nosotros mismos los que nos arrebatamos el derecho a estar tristes, a otros y a nosotros mismos.
- ¡¡No llores que te pones fea!! ... - Sal , anímate!! , no lo pienses...
Y sí , no hay que dejarse vencer por el llanto pero hay algo terrible que ha pasado y necesitamos que salga, no se puede enmascarar...hay que abrazar la pena para poder deshacerse de ella.
Y si somos nosotros nos disculpamos por llorar o  nos escondemos para que no nos vean, nos aseamos para que nos se note que hemos llorado...

    Yo no lloraba. Hasta que Jan empezó con los problemas yo no lloraba , me costaba . Sentía el nudo en la garganta , me dolía la cabeza pero no podía llorar. Quería pero no podía.
    Sufría, sufría mucho pero no lloraba...¿para qué? es lo que aprendí... llorar no servía de nada, hablar no servía de nada... pero , por suerte, he tenido que desaprender muchas cosas.
  Porque en estos casos llorar es lo único que nos queda.
     
    Recuerdo el primer día que lloré. Habíamos ido a dar una vuelta con mi hermana y mis sobrinos, sabíamos que Jan tenía hipoplasia cerebral, entonces sólo sabíamos eso y hacía apenas unos días.
Al volver aparqué el coche, saqué a Jan del maxi-cosi, lo abracé muy  fuerte y las lágrimas salieron como una explosión. No se deslizaban por las mejillas, saltaban al vacío, caían sobre él, por todas partes, mi cuerpo se retorcía y tenía la sensación de que no podría dejar de llorar nunca.
   Al cabo de un rato , cuando ya no lloraba, sentí la liberación del llanto, la calma.
        El llanto reconforta.

     En toda esta historia una cosa que tuve claro desde el principio es que sin llorar no podría, sin hablar, no podría, sin compartir, no podría...y este blog lo he escrito porque sabía que sola no podía.

 

                                      El derecho de estar triste de los padres.


Los últimos días de Jan, íbamos de aquí para allá con ambulancias y traslados.
   Cuando se lo llevaron la primera vez yo estaba a su lado. 
Ese traslado significaba , básicamente, que se moría. Nadie decía nada pero era lo que pensaban.
  Entró un enfermero:
- ¿La mamá está bien?¿quiere una silla, un zumo, algo de comer?...
al papá ni mirarlo.
  El conductor de la ambulancia estaba a mi lado , hombro con hombro  con la carpeta y los papeles listos para firmar el traslado.  Juan Luis estaba al otro lado de la cama, de la camilla... a la otra punta de la habitación detrás de algunos enfermeros y auxiliares.
-Necesito aquí el DNI y la firma del papá-dijo
  Yo sé que Juan Luis nunca lleva el DNI así que le pregunté si no le servía mi firma.
Me dijo que sí y hicimos el traslado.
 Yo para mí pensaba, ¿qué pasa? ¿es que el padre no sufre?


   Unos días después, horas antes de que Jan muriera tomé esta foto. Mucha gente me dice : "es que para la madre es peor", "para el padre es diferente"... yo miro esta foto y me parece tan injusto!
    No me puedo creer que Juan Luis no haya sufrido como yo.

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